viernes, 1 de mayo de 2015

Canto la ciencia. 1888.

Poema del Dr. Manuel Gómez Portugal Rangel (Aguascalientes 1849-México, D.F. 1935).
Xavier A. López y de la Peña
Canto la ciencia! Canto la victoria de esta serie de dioses y de mitos que en letras de oro transmitió la historia.
De esa pléyade inmensa de proscritos que del Ocaso hasta el extremo Oriente la ignorancia llamó siempre malditos.
Y lo fueron así de gente en gente y augustos solitarios, nunca el mundo comprendió lo que llevan en su frente.
Sumidos vagan en dolor profundo y donde quiera que mi vista alcanza ludibrio son del hado furibundo.
Aquél que viera un mundo en lontananza completando la obra de Dios mismo, en oscura mazmorra se le lanza.
Quien lo trajo a la fe y al cristianismo y a la luz esplendente del progreso la ingratitud prepárale un abismo.
Quien combatió sin tregua el retroceso en el foro, en el libro, en la tribuna la muerte paga con helado beso.
La burla y el baldón; todo lo adula el hombre que liberta o que redime; así la humanidad desde su cuna
Injuria a Prometeo si llora o gime encadenado en escarpada roca, ¡A nadie en su odio criminal exime!
Nada respeta en su soberbia loca, a Sócrates el sabio impía condena ¡Y la cicuta lleva hasta su boca!
Jesús después en la región serena de su alma de poeta, al proletario y al que arrastra del siervo la cadena
Pretende redimir; más el sectario del fanatismo estúpido y artero apaga aquella antorcha en el Calvario.
¡Silencio... nada más! Que ya no quiero ese abismo sondear donde la muerte guarda del odio y del rencor rastrero,
Al sabio esclarecido, al varón fuerte al que supo al hermano encadenado libertar de su yugo y de su suerte.
¡Odio y rencor! espíritu menguado que en el alma lo bueno desbarata ¡Cuántas vidas sublimes has costado!
Nunca tu campo que envilece y mata lo fecunde la fuente cristalina de augusta ciencia con su linfa grata.
Nunca su luz brillante y purpurina se asome por tu Oriente, ni remonte la montaña, la loma o la colina;
Y sobre el bosque, la llanura, el monte, la nieve caiga, se amontone el hielo y de luto se cubra el horizonte!
¡Oh nunca! ¡No es verdad! Hija del cielo no eres tú la que matas o que hieres, no la que ocultas con tupido velo
Al hombre sus derechos y deberes, no la que aleve y pérfida concita Nación contra nación... ¡Eso eres!
Eres la madre que afanosa invita a los pueblos reunidos de la tierra a deponer el odio y la maldita
Venganza de la muerte y de la guerra ¡De amor y de progreso es la sublime Misión que tu alma generosa encierra!
Lincoln por ti, intrépido redime al pobre negro que arrastró cadena y en triste esclavitud se agota y gime. De mágica esperanza el alma llena en el cadalso [Antoine] Lavoisier espira tras tanto padecer y tanta pena.
No la amenaza que espantosa gira sobre su frente, a Galileo conmueve en su oscura prisión, en ti se inspira;
Y a pesar de la Biblia audaz se atreve a exclamar con acento sobrehumano: "Y sin embargo siento que se mueve."
[Girolamo] Savonarola y [John] Huss con sabia mano separan las malezas del camino que hasta Dios nos conduce soberano;
Cobarde el odio, esgrime el asesino y alevoso puñal, la hoguera atiza, y en el nombre de Dios santo y divino
En el tormento atroz los descuartiza, los expone al ludibrio y la vergüenza y reduce sus cuerpos a ceniza.
¿Do el martirio concluye? ¿Do comienza? ¿Quién lo supo jamás? ¿Quién lo ha sabido? ¿Quién hay que al vulgo en su ignorancia venza?
¡La ciencia nada más!... Si dividido el humano linaje por rencores que del camino recto lo han perdido
No encuentra en el Oriente lo fulgores del astro que al progreso lo conduce con tibios y suaves resplandores;
Si en la humana conciencia aún no reluce como nuncio de paz la blanca estrella que a todos con su brillo nos conduce:
Pronto, esplendente, majestuosa y bella lanzará con purísimo vislumbre de su luz la vivífica centella.
¡Alta la frente!... ¡Ved! Su roja lumbre ilumina de un polo al otro polo; Ya no hay sombra, no más incertidumbre, ¡Vamos pues al trabajo! Ni uno solo se quede con pereza rezagado o por que aliente en su cerebro el dolo.
Que la ciencia corone al esforzado que el trabajo emprendió sereno y fuerte, y que nadie olvide al cobarde y degradado que no supo luchar hasta la muerte.