viernes, 12 de abril de 2013

José María Herrera

Cirujano en Aguascalientes a principios del siglo XIX.
Xavier A. López y de la Peña
A inicios del siglo XIX, el control político-administrativo de Aguascalientes era separado de la intendencia de Guadalajara y anexado a la de Zacatecas. Tiempos de hambruna y epidemia que afectaron a su población, estimada en diez mil habitantes para la ciudad y de treinta y tres mil para su jurisdicción. Recibió el impacto de la invasión de Napoleón a España y el establecimiento, en la Nueva España, del voto popular para elegir a los miembros del ayuntamiento acorde con la Constitución de Cádiz, así como de otras libertades que ésta confería a los ciudadanos. El orden político, económico, social y cultural de Aguascalientes entró entonces en agitación. Llegó la ideología liberal de los pensadores franceses, se relajó el poder hegemónico español sobre sus posesiones de ultramar y se avivó entre la población criolla la idea de independencia de España. Finalmente, Aguascalientes proclamó y celebró el día 21 de junio de 1821 su independencia de España, con la presencia del jefe realista de la subdelegación, Felipe Pérez de Terán y del doctor y capitán, Valentín Gómez Farías. En este agitado inicio del siglo XIX vivió y trabajó en Aguascalientes el cirujano, José María Herrera.
Nació en la villa de San Miguel el Grande (hoy San Miguel Allende, Gto) cerca del año 1765. Cirujano en el Departamento de San Blas, (Nayarit) con categoría de supernumerario. En 1794 se incorporó al servicio del Rey en sus navíos, con sueldo de 70 pesos mensuales y ración diaria de real y medio. Embarcó en este puerto en la fragata La Concepción, navegando para la Compañía de las Filipinas a los puertos de California, Acapulco y Cavite [Filipinas]; aquí, se embarcó en 1797 en la fragata mercante Olive con rumbo a España, para desembarcar luego en el puerto de Tenerife. En este puerto se incorporó ahora a la fragata de guerra La Esmeralda con destino de regreso al puerto de Veracruz en la Nueva España. El 2 de abril de 1799, en el puerto de Acapulco, le expide un certificado médico al Sr. José María Arteaga, Ministro Tesorero de la Real Caja de Acapulco:
“Don José María Herrera Profesor Médico Cirujano del Establecimiento de San Blas, y actualmente destinado en la Fragata Real nombrada La Princesa anclada en este Puerto de Acapulco. Certifico: Que habiendo sido llamado para actuarme en las dolencias que acompañan a Don José María Arteaga, Oficial Real de este Puerto, y encargarme de su curación; y procediendo a informarme de los síntomas que en él se advierten, observé hallarse varias partes de su cuerpo pobladas de varias petequias que denotan lo obstruido de las extremidades capilares de los vasos, hedor en el aliento y putrefacción en las encías que manifiestan la corrupción de los humores; escaso apetito a los alimentos, pervertidas las digestiones y laxitud en los miembros, cuyos síntomas acompañados de una vida ordinaria como se advierte en dicho paciente, dan una idea nada equívoca de la existencia de una vida sedentaria como se advierte en dicho paciente, dan una idea nada equívoca del vicio escorbútico, y estando [dice] el mencionado Don José María Arteaga, dotado de un temperamento bilioso=sanguíneo y nutrido con sólo carnes por no proporcionar el país que habita alimentos de otra clase, y siendo el clima de dicho puerto de las peores cualidades para proporcionarle su perfecto recobro; soy de sentir tener necesidad de habitar por algunos días de un clima más templado para poder entablarle un método curativo más pronto y seguro, el que juzgo por difícil de poderse de poderse practicar en este puerto, por no disfrutarse en él, de los más propios alimentos (como llevo expuesto) y de aires puros y templados que, según mi parecer son de primera necesidad…
Para 1800, a los 35 años de edad, solicitó licencia definitiva de su cargo como cirujano de la Real Armada y continuar con el goce de uso del uniforme, alegando estar enfermo. Efectivamente, el cirujano don José María Joaquín Mendoza, de la capital de la Nueva España, le expidió un certificado en 1801 diciendo que:
...adolece aun de una obstrucción en el bazo y un reumatismo que le sobrevino en la pierna izquierda que le produjo hasta el presente una exostoses o tumor sobre el hueso y reconociendo ambas enfermedades cierta habitual perversión en los humores, aunque no de riesgo, se necesita largo tiempo para disipar de raíz dichas enfermedades.
A pesar de esto, las autoridades reales no aceptaron su solicitud y, sin embargo, el cirujano Herrera nuevamente la reiteró en 1802 alegando, además, que ya había muchos cirujanos en San Blas y que sufría muchos accidentes... y que se encontraba gravemente enfermo de una obstrucción en el vientre que me amenaza grave riesgo en mi salud. Entonces, el distinguido cirujano José María Maldonado a la sazón, también enfermo en el puerto de San Blas en mayo de 1802, hizo recomendación de que el cirujano Herrera permaneciera en el puerto mientras se recuperara. Al fin, se le concedió la licencia solicitada, pero sólo para viajar a Guadalajara. En esta ciudad solicitó una ampliación de la misma y fue valorado ahora por el doctor Mariano García de la Torre, catedrático de Prima y médico del Hospital de San Miguel o Real de Belén diciendo que:
lo he hallado bueno y sano, expedito en todas sus acciones, bien nutrido y en sus potencias ningún demérito, sólo si hay una obstrucción del vientre, resulta de unas calenturas intermitentes, las que en el día cuando más podrá traerle alguna ligera incomodidad para montar a caballo, y si este ejercicio no se la destruye, podrá a largo tiempo traerle también alguna enfermedad hipocondríaca y más seguro será si vive mucho tiempo en el puerto de San Blas en edad más crecida, pero en el día su mocedad y estado de salud que tiene, juzgo podrá soportar muy bien dicho temperamento.
Con este informe, su licencia fue rechazada y se le ordenó reincorporarse a su destino, sin embargo, el cirujano Herrera advirtiendo éste resultado y sin esperar más, ya se había refugiado en la ciudad de Aguascalientes. Hasta aquí alcanzó la orden superior pero, dada su eficacia profesional en la ciudad y la falta de cirujano en ella, el cabildo de Aguascalientes abogó por él ante el virrey El virrey aceptó la petición pero aclarando que, a partir de ese momento (abril de 1803), el cirujano Herrera quedaría separado del servicio real, no recibiría apoyo alguno y no tendría derecho a hacer ninguna reclamación futura por ello. A pesar de la benevolencia del virrey y sin saberse ninguna respuesta más, el cirujano Herrera siguió solicitando desde entonces y hasta cuando menos el año de 1809 autorización para hacer uso de uniforme y fuero militar. Todavía en 1819 seguía presente en Aguascalientes ejerciendo como cirujano retirado de la Real Armada y gozando de cierto prestigio y fama en la villa y en la región, pues se tiene información de que hizo el reclamo por el pago de honorarios por la curación hecha al capitán don Pedro Iriarte (hijo de don Bernardo Iriarte, a la sazón dueño de la Hacienda de Pabellón en Aguascalientes), en la vecina ciudad de Lagos.
Es posible que el distinguido cirujano guanajuatense, retirado de la Real Armada, José María Herrera, que prestara sus servicios profesionales en el turbulento Aguascalientes de principios del siglo XIX hubiera terminado sus días en la entidad.

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